El hombre que mató a Don Quijote



Hace poco volví a ver "El hombre que mató a Don Quijote", de Terry Gilliam, y me reafirmo en que me parece una excelente película y una versión muy aguda de la obra de Cervantes. Más en concreto, de la segunda parte. 

Recordemos: Cervantes publicó la primera parte en 1605 y la segunda en 1615. Entre ambas, la parodia/réplica de Avellaneda de 1614, a la que el autor quiso contraatacar con su libro un año después.

Se podría decir que 1605 fue la tesis, 1614 la antítesis y 1615 la gloriosa síntesis. Pues bien, Gilliam va a recorrer el mismo camino.

“El hombre que mató…” es la síntesis de Gilliam. El remate a su idea del Quijote y de su propia filmografía.

¿Cuál es la tesis? Está en la película: el cortometraje de Toby, en blanco y negro, como una especie de flashback o analepsis, donde se presentan los actores-personajes, cuando Toby era joven e íntegro. Por cierto, se indica que lo rodó hace diez años. La misma diferencia temporal entre las dos novelas cervantinas.



¿Y la antítesis? Si para Cervantes fue la trampa del idealismo (católico o protestante, es igual) y la censura contrarreformista, para Gilliam es el capitalismo financiero moderno que obliga a los cineastas a la prostitución artística y personal.

La síntesis ya la sabemos: la película final de Gilliam de 2018.

Otra lectura es posible, pero requiere salir de la película: 

  • Tesis: El primer Quijote de Gilliam (el de Rochefort y Depp, 1998)
  • Antítesis: Documental Lost in La Mancha (2002)
  • Síntesis: La película definitiva (2018)
Pero la némesis de Gilliam no cambia: es la esclavitud mercantil de los datos de taquilla, la competitividad, el éxito, la rentabilidad y demás enemigos del arte, que le dificultaron realizar su película durante 25 años.



Este rival se objetiva claramente. En Cervantes: Avellaneda y la comedia nueva de Lope. En Gilliam: la publicidad. Subproductos, a ojos de ambos, seductores con el público y protegidos por el "sistema".

Los guiños de la película a la segunda parte son constantes. Como en el libro, Don Quijote sabe que existe una obra previa sobre él. Tiene el libro -ilustrado por Doré- y conoce el cortometraje de Toby. La metaliteratura traducida a metacinematografía. 

Hay otras referencias. La mayor, y colofón a la película, es la quijotización de Sancho, de la que no diremos más para no estropear el desenlace.

Lo genial de la película es cómo se apropia y actualiza la ambigüedad cervantina. 

Como en toda obra barroca, la ambigüedad es clave. En un ensayo, Gonzalo Torrente Ballester sugiere que Don Quijote no está realmente loco, sino que finge su locura para salirse con la suya sin consecuencias. 

Gilliam sigue tal premisa. El personaje tiene un buen motivo para fingirse loco y marchar a la aventura: Jonathan Pryce es un anciano zapatero, en edad de jubilarse. El lugar que le da la sociedad (convertirse en una atracción de feria, básicamente) no le permite demasiadas alegrías. Volverse Don Quijote es su mejor escapatoria.



Pero, al igual que en Cervantes, al zapatero se le escapan lapsus que le traicionan. El más evidente: la escena de los granjeros-terroristas, cuando Don Quijote le dice a Toby que no tiene familia. 

¡Pero Don Quijote sí tiene familia! Una sobrina, un ama, que no sabemos si es familia sanguínea o solo conviviente, y su perro, el galgo corredor. Un caballero como Don Quijote nunca olvidaría esto.

El zapatero se ha "salido" de su rol y ha desvelado un detalle que confirma su triste realidad: está solo y necesita fingir su locura para huir del destino reservado a los mayores en nuestros tiempos.

Hay más detalles, pero estos son mis favoritos. 




Fuente de las imágenes: @quixotemovie

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